domingo, 26 de abril de 2009

La leyenda del hombre árblo VI

…. Los cuerpos de Santos y Xurxo flotaban en el aire en medio de una aureola de luz amarillenta, ambos estaban muertos, degollados, y su sangre aún fresca caía por sus cuerpos formando un charco en el suelo. Nada los sujetaba ni pendían de ningún lado, simplemente flotaban sin más. Los hombres sintieron como un frío intenso los envolvía, aquella visión del mal los tenía atrapados en una suerte de sortilegio, ninguno acertaba a reaccionar hasta que Fredo, un joven compañero de Torgas les advirtió-¡Eh, ahí, mirad, es Torgas!- Efectivamente, una figura oscura los observaba a ellos desde lo más alto de la atalaya en el campanario, pero no se podía decir exactamente que fuese Torgas, o sí, dependiendo del punto de vista. Era su figura, no cabía duda, pero también él flotaba en el aire por arte de algún extraño maleficio. No estaba muerto dado que se desplazaba con extraños movimientos. El padre de Uri se adelantó unos pasos en su dirección, los demás, aterrados, ni se atrevieron a intentar seguirle, la figura de Torgas se alzó aún más en el cielo y con un movimiento de su mano derecha hizo que un fuerte viento paralizase el avance de su oponente, todos lucharon por mantenerse en pie en medio de aquel inesperado vendaval y por suerte la escena duró solo unos segundos. Al reponerse de semejante muestra del mal vieron como el cuerpo de Torgas caía al suelo cual saco de patatas, de su interior salió una sombra oscura envuelta en harapos, casi sin darse cuenta el padre de Uri vio como aquella cosa se le ponía a un palmo de su cara, sintió como se le helaba la sangre con el miedo pero aún así pudo mantener la mirada firme en aquel engendro del mal, pero lo que siguió a todo aquello fue el colofón a toda aquella locura.

Mareaxe.

martes, 21 de abril de 2009

La leyenda del Hombre árbol V

La subida hasta la atalaya del norte era pronunciada, incluso con luz suficiente se hacía difícil la ascensión a la carrera, el camino era angosto y los que comandaban la partida tenían serias dificultades para mantenerse por el buen camino, solo la experiencia que da la memoria por lo hecho muchas veces les guiaba en esas condiciones, los demás se limitaban a seguirse en fila india, si uno se equivocaba el resto haría lo mismo.
Las campanas y su repiqueo suplicante les animaba a no perder el paso, pero la niebla allí se convertía más en un muro que en un acto de la naturaleza. No había duda ya, de que todo aquello que estaban viviendo no era fruto del azar y sí de un ente maligno, sea cual fuere.
Súbitamente las campanas dejaron de sonar, todos a una pararon en seco como movidos por un resorte invisible que les hacía sentirse una única entidad, en cuestión de segundos una extraña calma inundó la atmosfera, aquello realmente inquietó más a los hombres que emprendieron la marcha con más brío si cabe. Sujetaban sus armas en tensión, como a la espera de que en cualquier momento el maligno o algún extraño ejército enemigo los emboscase aprovechando la niebla maldita. El silencio entre ellos solo se rompía por el sonido de los mocasines golpeando la tierra y los resuellos por el esfuerzo mantenido en la subida. Ya faltaba poco para alcanzar la cima, eso tensionó más aún sus espíritus, el miedo empezaba a ganar terreno entre aquellos hombres rudos y temerarios. Ante el mal, solo unos pocos logran permanecer erguidos. Al fin llegaron al pie de la atalaya, nadie salió a recibirlos pero lo que vieron ante sus ojos los dejó petrificados….


Mareaxe.